LECCIONES DE MEDICINA ESPIRITUAL

Entrevista a Stella Maris Maruso

 

Para presentarla hay que nombrar disciplinas como la tanatología, la psiconeuroinmunología, la medicina vibracional o la sanación biopsicoenergética. Lo suyo no es tanto la curación del cuerpo como la sanación del alma. Stella Maris Maroso, tanatóloga, discípula de la recordada Elizabeth Kübler Ross, decidió hace casi treinta años dedicar su vida a aquellos que se enfrentan a enfermedades severas, pérdidas o crisis profundas en sus vidas. Terapeuta biopsicosocial, conferenciante internacional, especialista en drogas endógenas y biofeedback computarizado, Stella Maris, nacida en Buenos Aires hace 56 años, es además fundadora y directora de la Fundación Salud en Argentina, donde quienes comparten con ella el día a día la llaman Artesana del Alma y Maestra del Corazón. Los ojos de Stella Maris tienen un brillo poderoso. También las palabras suenan poderosas y contundentes en boca de esta mujer fuerte y delicada al mismo tiempo.

 

–Lleva casi treinta años ayudando a personas que se enfrentan a crisis severas en sus vidas. ¿Cómo empezó todo esto?


–Cuando a mi padre le diagnosticaron un cáncer terminal; le daban tres meses. Como mi padre era alguien extremadamente importante para mí, yo no podía aceptar ese diagnóstico. Hice de todo para conseguir algo que la medicina no podía hacer y mi padre tuvo una remisión total. Sobrevivió 18 años. A partir de ese momento yo dije que haría todo para intentar lograr otra vez el milagro de la remisión espontánea de mi padre. Me dediqué a viajar mucho, a conocer a mucha gente que trabajaba en la frontera de la ciencia, que tenían una visión integral del paciente. Me uní a muchos médicos para intentar ver si realmente había mecanismos bioquímicos que podían regular procesos fisiológicos que se asociaran a la remisión de la enfermedad.

 

–¿Qué hizo usted para que el cáncer de su padre remitiera?
–Lograr que pudiera responder con alegría a pesar de lo que le estaba pasando, que pudiera expresar lo que sentía sin miedo a ser juzgado, contrariado. Conseguir que toda la familia pudiera ser parte de la medicina y no de la enfermedad. Trabajamos para que él pudiera aceptar lo peor, que era su propia transición, pero sabiendo que a partir de ahí podía empezar lo mejor de su vida. Es decir, que en vez de estar preocupado en que iba a morir, estuviese ocupado en vivir con la mayor intensidad posible. Y sobre todo conseguir que él encontrara un propósito en la vida que tuviera que ver con servir a otras personas, algo que le apasionara.

 

–¿Qué hace que un paciente logre una remisión espontánea?
–¿Cómo lograr que un paciente responda con alegría frente a lo que le está pasando, cuando nunca pudo responder con alegría antes? No sabemos si va a tener el poder de lograr una remisión, pero sí puede aburrir a la enfermedad. Hay mucha gente que hace de todo para no morir pero no hace absolutamente nada para vivir. Nuestro trabajo es a la inversa.

–¿Qué significó para usted la experiencia de ser discípula de Elisabeth Kübler Ross?

–Algo muy impresionante, porque uno idealiza mucho a la gente y ella, que era una gran maestra en el arte de la tanatología, no era precisamente de esas personas que las ves y decís “es un dios”. La amé y la amo profundamente, porque le debo muchísimo. Sabía mostrarse. No cuidaba su alimentación, fumaba extremadamente, no sabía meditar, pero para ella meditar era ponerse frente a un paciente terminal. Ahí el mundo se le terminaba y lograba un espacio tan sagrado con la persona que realmente estaba en un espacio de no mente y en un estado compasivo total. Y hoy tenemos que enseñar a nuestros pacientes a meditar.

–¿Trabajó junto a ella? ¿En qué sentido contribuyó a modular su visión de la existencia?
–Estuve cinco años trabajando con ella y su equipo en Brasil y después ella aceptó venir a mi país. Fue ahí cuando realmente pudimos tener una relación mucho más íntima. Fue muy enriquecedor que pudiera mostrar a los médicos que siempre hay algo más que se puede hacer por un paciente. Porque normalmente los médicos, cuando los cuidados paliativos llegan al máximo, abandonan al paciente y este se queda muy solo. Para mí, esa es el área más enriquecedora, porque en ese espacio se puede construir lo que no se construyó en una vida entera. Los familiares no están preparados para acompañar a los pacientes en la muerte. No nos enseñaron cómo hacerlo y a veces vivimos desde la conspiración del silencio, donde el que está por enfrentar la experiencia cumbre de su vida no puede expresar lo que siente, y los familiares, como no crearon espacios de intimidad antes, cuando llega este momento no pueden enfrentar que el otro les diga “yo me voy a morir y tengo mucho miedo”. Y entonces vienen las estupideces humanas y decimos: “No tengas miedo, no te va a pasar nada.” La persona llora y es extremadamente importante que llore, porque esa es la manera de suavizar la transición y de aliviar el sufrimiento de su espíritu.

–¿Qué otras personalidades destacaría como las que más le han impactado y qué fue lo fundamental que aprendió de ellas?

–De Carl Simonton, amigo, hermano del alma, compañero, aprendí que cuando un paciente enferma, sobre todo de cáncer, lo que hay que atender es el miedo y el sistema de creencias del paciente. El doctor Robert Ader, que es el padre de la psiconeuroendocrinoinmunología, me dio la demostración clara y evidente de la relación mente-cuerpo; que una emoción corresponde a un estado fisiológico y que la inmunidad depende de nuestros estados emocionales. Sería muy perverso si yo digo que el sistema médico no reconoce hoy el impacto de la emoción en el sistema inmunológico. Sabemos que los mecanismos de rabia, rencor, envidia, preocupación por las cosas que todavía no ocurrieron, desesperanza, etc., lo único que hacen es que la enfermedad avance mucho más rápido. En cambio, cuando alguien tiene el manejo de esos estados emocionales la química que genera puede ayudar a que la enfermedad como mínimo no avance tan rápido.

–Si leemos su currículum impresiona la cantidad de ramas en las que usted es experta. ¿Existe un hilo conductor, una manera de entender la medicina que dé coherencia a esta amalgama?

–Sí; en realidad es la medicina biopsicosocial apoyada en la psiconeuroendocrinoinmunología. También trabajo mucho la biopsicoenergética, los aspectos energéticos. Hay dimensiones que la medicina todavía no utiliza, porque no hay tecnología que permita demostrar su existencia, pero eso no significa que no existan. Cuando podemos trabajar seriamente esas dimensiones, desde un abordaje que integre el aspecto sutil del hombre, podemos modificar la resistencia. Aunque en realidad debería hablar de la resiliencia, que es la capacidad para enfrentar la adversidad, la frustración, la enfermedad, sin perder la capacidad para motivarnos, enriquecernos y salir fortalecidos con esa experiencia. Ese es el verdadero trabajo.

–Creo que a veces no está clara la relación entre “sanación espiritual” y “medicina cuerpo-mente”. ¿Nos la puede explicar?

–Una cosa es la sanación mente-cuerpo, que puede cambiar muchos mecanismos, pero cuando el espíritu se pone de pie entra en juego un concepto nuevo que es la conciencia. Hoy los expertos discuten mucho sobre si la conciencia es la expresión del cerebro o es algo que lo trasciende. ¿Qué ocurre cuando una persona aprende a visualizar, sus células enfermas desaparecen, o mejora, es decir vive según eso que se ha popularizado como el pensamiento positivo? Pero yo voy incluso más allá, y digo: ¿qué ocurre cuando la persona desarrolla las virtudes, aprende a aceptar, aprende lo que es la humildad, la comprensión, la compasión, el amor incondicional? Pues que el cambio fisiológico es totalmente diferente. Y esto es lo que hace que instituciones tan importantes como la Universidad de Harvard hagan seminarios de curación espiritual en medicina y que el 99% de las escuelas de medicina norteamericanas incluyan en su carrera la asignatura de medicina espiritual.

 

–¿Qué es la medicina espiritual?

–La que trabaja desde todos los aspectos del ser, sin negar ninguno. Pero tenemos que entender que la sanación no es necesariamente una curación. El que se sana es el ser. Se integra. Integra su cabeza con su cuerpo, con su mente, con sus sensaciones, con su espiritualidad. La sanación es un proceso interno y muchas veces las personas se sanan y logran con esa sanación la curación. Otras veces se sanan, pero no se curan y tienen que partir. Pero el proceso es maravilloso, porque lo que ocurre, no solamente en ellos sino en su entorno, es lo más grande que puede ocurrir en una familia.

–¿Es partidaria de aprovechar en todos los casos el dolor del enfermo para ayudarle a profundizar en sus zonas oscuras, o a veces es más recomendable aplicar una receta mecánica para que se cure?
–Yo creo que no atender el dolor es cruel. Se puede enseñar al paciente a crear sus propias drogas endógenas, para que el dolor no sea tan intenso y no tenga que utilizar drogas que anulen su capacidad de discriminar. Eso nosotros lo hacemos frecuentemente. Hay drogas endógenas que son mucho más poderosas que, por ejemplo, la morfina.

–¿Qué son y cómo ayudan las drogas endógenas?

–Ayudan muchísimo. Son las drogas que genera el propio cuerpo. Por ejemplo, si la morfina entra en el cuerpo, actúa a través de un receptor que la recibe en una célula. Si hay un receptor para la morfina, obviamente Dios, la vida, la inteligencia, ha creado un receptor para captar una droga generada por el propio cuerpo, similar a esta. En este caso estaríamos hablando de las endorfinas o las betaendorfinas, dro-gas de la familia de las encefalinas que son los verdaderos opiáceos del cuerpo. Uno puede enseñar a los pacientes a generar estas drogas y cuando esto ocurre no necesitan tantas drogas externas, no pierden la conciencia y pueden trabajar en su proceso. Cuando una persona no tiene dolor y está atravesando una experiencia muy difícil, se encuentra en un estado de una conmovedora vulnerabilidad. Ese es el momento en que puede aprender a ser mejor como humano y puede poner sus valores en una escala totalmente diferente. Es el momento en que aprende lo que era importante en la vida.

–Y para poder darse cuenta de eso, ¿es preciso estar cara a cara con la muerte?

–Con la muerte o con cualquier tipo de dolor muy fuerte. Nosotros acompañamos también a las personas que pierden a sus hijos y a las que quedan discapacitadas. Y en todos los casos ves personas más fuertes. Cuando en 1999 el doctor Robert Ader nos visitó, cayó de rodillas frente a tres pacientes con esclerosis lateral amiotrófica, a quienes escuchó decir que de ninguna manera deseaban volver a la vida de antes, que preferían la silla de ruedas. Mientras uno no está cerca de la muerte, el cuerpo está expuesto a muchas distracciones y tentaciones, a muchos procesos de negación; corremos detrás de ilusiones que no sirven absolutamente para nada. Y ahí, en la transición, hay un aspecto auténtico, real. Cuando uno cree que lo tiene todo perdido, ese es el momento más sagrado de la vida. Es el momento del misterio, de la aventura, el momento de saltar para que la red del espíritu pueda aparecer. Pero no a todas las personas su cabeza se lo permite. Porque nos autoengañamos mucho. Con el solo hecho de aprender a agradecer es imposible que uno sea infeliz.

 

–¿Qué es el biofeedback computarizado?

–Es tecnología aplicada a la mente que permite a los pacientes darse cuenta de que hay aspectos que ellos mismos pueden controlar, aspectos que se creía que estaban fuera del control consciente. A través del biofeedback uno puede controlar su temperatura, su presión arterial, el ritmo cardíaco, alterar sus estados emocionales, aliviar sus dolores. Al ser monitoreado y con distintos ejercicios que se les enseña, los pacientes adquieren un poder diferente, que les hace ser más resilientes, porque saben que ellos pueden modificar esos indicadores a través de su control consciente. La persona puede ver cómo un pensamiento estresante aumenta el ritmo cardíaco. El biofeedback puede mostrar a través de la respuesta galvánica cuando uno está mintiendo. Y esto para los terapeutas también es muy importante.

–La energía vibracional ¿de qué principios parte y con qué herramientas trabaja?

–Parte de que el hombre no es un hombre bueno en mal estado de funcionamiento, sino algo mucho más grande, una síntesis de orden químico, físico, psíquico, cósmico, emocional y energético. La biopsicoenergética o la medicina vibracional van a ir justamente a los estados que no pueden ser medidos todavía por la tecnología: lo que hay detrás de la química, que son los cuerpos sutiles, esas dimensiones que tienen órganos, que se llaman vórtices…

–…¿los chakras?

–Sí, pero a mí no me gusta hablar de chakras, porque nos limita mucho. La gen-te cree que sólo hay siete centros, cuando hay más de 3.000 vórtices que interpenetran en el soma, a los que se puede poner a trabajar adecuadamente, de acuerdo con su capacidad para recibir, para emitir, porque tienen el mismo comportamiento que la partícula subatómica. A través de la fisiología energética uno puede estructurar esos cuerpos sutiles para ayudar a que la química del cuerpo se manifieste mejor. La medicina vibracional trabaja sobre cuerpos sutiles energéticos procesando esas energías su-tiles y transformándolas en modulaciones químicas, hormonales y celulares. Es una ayuda invalorable. Cuando una persona me dice que no cree en eso, yo siempre le contesto que está bien decir “no creo”, es una elección; pero lo importante no es creer, sino saber, tener la información necesaria para poder determinar si esto es o no es bueno. Lo no conocido tiende a ser rechazado o negado y muchas personas pierden la posibilidad más grande de sus vidas al no aplicar la medicina vibracional.

-Si soy una persona psicológica y emocionalmente sana, ¿será menos importante para mí atender a factores externos, como la dieta y el ejercicio, para estar bien?


–Yo creo que todo es una sinergia. De lo que estoy segura es de que no hay que ser fanático de nada y de que hay personas que tienen distintas necesidades. Creo que hay que trabajarlo todo, pero después de es-tos años de experiencia para mí son mucho más importantes los estados emocionales, la afectividad, cómo las personas se afectan, porque es lo que más enferma, lo que más te hace sufrir; los indicadores somáticos son muy fuertes en estos casos. La salud no es un estado, sino un proceso, y cuanto más hagamos por cuidarnos y mejor nos tratemos en mejor estado vamos a estar, o por lo menos vamos a prevenir muchas cosas. Hay mucha gente que no sabe que una buena nutrición, hacer ejercicio, llevar una vida sana, recrearse, poder expresar libremente los sentimientos, tener estados emocionales saludables, tener un propósito creativo en la vida, saber vivir en el aquí y ahora… no solamente puede ayudar a que uno regrese a la salud, sino que la puede preservar.

–¿Cuáles son los pilares sobre los que se sustenta un correcto desarrollo espiritual?
–Creo que si puedo saber lo que es la aceptación, la humildad, la comprensión y el uso correcto de la palabra; si sé lo que es prestar atención, mostrarme, decir la verdad y no aferrarme al resultado, estoy transitando por un camino espiritual seguro.

–¿De qué manera hay que tener en cuenta el en-torno social en el proceso de sanación?

–Para avanzar no hay que tenerlo en cuenta porque afecta muchísimo. El entorno social tiene que ver con un sistema de creencias que considera al hombre como una máquina en buen o mal estado de funcionamiento. Yo digo que estamos en una selva que te aleja de todo lo que es saludable, que hace que reprimas tus emociones, que no seas auténtico, que corras detrás de quimeras. Hoy se gratifica más estar conectado a Internet que tornarse sabio. Se premia más la tecnología que todo lo que es profundo en el ser. Se trabaja mucho sobre algunos valores, pero no sobre las virtudes. Así que cuando dices “hay que aceptar”, “no hay que juzgar”, “no hay que criticar”, pareces un tonto. Y sin embargo hoy la ciencia te enseña que juzgar y criticar son los estados internos fisiológicos más terroríficos, y uso esta palabra a conciencia.

 

–Vivimos en una sociedad bastante paranoica… ¿Es posible algún tipo de sanación colectiva o no hay más remedio que ir individuo a individuo?

–Solos y juntos. Juntos es mejor. A veces los grupos son santuarios donde las personas pueden potenciarse mucho, siempre que no sean fanáticos, desde luego. Pero el camino espiritual es en soledad. Es uno para cada uno. No obstante estoy convencida de que si nos unimos muchas personas con un común denominador, que es transformarnos en mejores seres humanos, esa promesa bíblica que dice que cuando dos o más personas se unan en mi nombre allí estoy yo deja de ser una promesa para ser una realidad arquetípica. Cuando las personas se juntan para lograr lo mejor están más cerca de Dios que nunca, más cerca de la paz, de la hermandad, de los grandes valores, de la solidaridad, de todas esas cosas que son altamente saludables.

–Su consejo más inmediato para mantener el sistema inmunológico sano.

–Saber lo que uno siente, expresar sanamente las emociones, saber escuchar y amarse a sí mismo. Y lo más importante, aprender a no preocuparse por las cosas que todavía no ocurrieron, que es lo que más ansiedad crea.

–El sida es inmunodeficiencia ¿provocada por qué? ¿Qué cree que se nos oculta?

–Creo que no se nos oculta nada. Creo que se nos ocultaron muchas cosas, pero ya pasaron. Ahora me pare-ce que los tratamientos médicos están mejor. El AZT, que fue un medicamento que obligó a mucha gente a vender sus casas para tenerlo, resultó ser más letal que cualquier otra droga. La medicación que resultó ser un fracaso para el cáncer la dieron para el sida y después de mucho tiempo los médicos reconocieron que había muerto más gente por el AZT que por el sida. Lo que sí puedo decirte, porque hay gente que lo dice y yo lo sé por mi experiencia, no de laboratorio, pero sí experiencia humana, es que el virus del sida entra en el receptor que debería estar ocupado por el péptido que el cuerpo genera cuando una persona es feliz. Eso lo dice el Departamento de Bioquímica del Instituto de Salud Mental de los Estados Unidos, y quiero suponer que es verdad. Yo, cuando estoy feliz y muy contenta no me resfrío.

–¿Se está avanzando o se va a avanzar hacia un entendimiento entre la medicina química y la natural, o la sima se está haciendo más grande?

–Hay sectores que van a seguir tan enfrentados como siempre y hay otros seres que están haciendo esa unión, integrando lo que es natural, lo que es científico, lo que es sagrado y lo que es espiritual. Yo creo que los médicos jóvenes vienen con una visión más amplia; y me da mucha alegría, porque este enfrentamiento hace mucho daño. El poder más grande que tiene el médico ortodoxo lo tiene no con lo que sabe, sino con su palabra. Según cómo se manifieste puede ser el principio del fin de un paciente. Si el médico ortodoxo descalifica cualquier aporte de la medicina natural, es muy probable que el paciente la ignore. Si el médico puede respetar la medicina natural, porque la utiliza y conoce sus beneficios, evidentemente eso va a sumar muchísimo.

–¿Cree que llegará el día en que los seres humanos podrán decidir no enfermar más?
–No. No lo veo tan fácil. La enfermedad debe existir. Porque tiene un sentido; es el desequilibrio necesario. Hasta los místicos enferman de cáncer. No hay explicación para eso. También una criatura enferma de cáncer. La enfermedad forma parte de la vida. Si tenemos que caminar hacia la entropía en algún lugar va a aparecer el desorden. ¡Qué sería de nuestra vida sin la enfermedad, si aun habiendo dolor la humanidad decidió dirigirse hacia la no compasión, la no solidaridad, hacia la guerra…! Yo no siento que la enfermedad sea una tragedia, ni la muerte tampoco. Yo la desintoxico. Creo que es la gran oportunidad para sanarnos y para lograr nuestra trascendencia.

–Parece que la enfermedad sea el camino más di-recto hacia la trascendencia… pero no es el único, ¿no?
–No; lo puedes lograr de dos formas: por inspiración o por transpiración. Por ignorancia o por conciencia. Más vale que despierte tu conciencia, pero esto no quiere decir que no vayas a enfermar. Te vas a sanar. Te vas a integrar. Te vas a ir de este mundo sabiendo de qué se trataba, teniendo una experiencia de trascendencia, conociendo todos los niveles de expansión que un ser humano puede sentir, que no es solamente el amor a lo que es obligatorio, debido, imperativo, o conocer toda lacra: odio, rabia, resentimiento, rencor, envidia. Te podrías ir conociendo lo que es el amor incondicional, la compasión, la conexión con lo superior, pero no por una creencia, sino por una experiencia viva. La mayoría de nosotros hablamos de Dios y muy pocos tuvimos la experiencia de Dios. Y podrías llegar al servicio, que es la mayor expresión de la sensibilidad del ser humano.

–Hubo maestros en su vida. ¿Quiénes fueron?

–Muchos. Todos aquellos que me enseñaron el camino que no servía para ir a ningún lado. Fui sacando de cada uno lo que era más importante en mi vida. Algunos podían llegar a confundirme y me ayudó mucho tener una visión intuitiva, que me hizo decir “por aquí sí, por allá no”, porque todo lo que tiene que ver con la espiritualidad es sagrado, pero muchas veces la personalidad hace mucho daño. Me quedo con aquellos que me dijeron “el poder es tuyo y no está afuera”, los que me enseñaron a despertarlo. Caminé por el supermercado espiritual, sí, porque no me quedaba otra. Y ahí me decepcioné mucho, cuando conocí a gente que había escrito libros maravillosos pero cuyas vidas eran totalmente incoherentes. Y decidí quedarme con los que tal vez no saben mucho, tal vez no escribieron libros, pero sirvieron hasta mo-rir. Y lo hicieron en estado de gracia y sin esperar nada a cambio.

–¿Cómo nació en usted la vocación de servicio?

–Soy extremadamente querida, no sólo por mi familia numerosa, sino por mucha gente. Así que yo no entré en esto porque me sintiera una desgraciada. Mucha gente entra en la espiritualidad para mitigar su dolor, para encontrarle un sentido a la vida, porque no lo puede encontrar en otro lado. Pero la espiritualidad no puede ser un refugio, ni puede ser negociada, ni la tienes que ir a buscar para que te dé nada. Yo entré en esto porque sentí que tenía que haber algo más, que sería una farsa solamente nacer, tener un buen pasar. Sentí que no podía cambiar el mundo, pero sí podía cambiar
la pequeña baldosita que estaba alrededor mío. Y cuando descubrí que podía dar o compartir lo que tenía, lo que sabía, mi tiempo, y vi lo que eso podía significar para el otro, dejé de preocuparme por el
sufrimiento tonto de que siempre te falta algo para estar bien.

Me di cuenta de que había otra gente que sufría más que yo, y de que si actuaba ayudando en ese sufrimiento el mío desaparecía. Y ahí empecé a sentir un gozo y una plenitud muy grandes.

–Y ese “darse cuenta” ¿fue un despertar? ¿Cómo sucedió?

–Llegó un momento en que me di cuenta de que yo tenía de todo, y a pesar de eso no tenía la plenitud en mi vida. Veía a gente que quería lo que yo tenía: un hombre que te amara, que te protegiera, que fuera un excelente amante, padre divino… Y yo tenía eso. Y tenía hijos maravillosos. Y a mis padres, a mis hermanos. Tenía éxito en mi vida. No me faltaba nada y sin embargo estaba anestesiada. Ese darse cuenta es un segundo. Cuando le dieron el diagnóstico a mi padre fue puro dolor. Creo que pude sentir por primera vez dolor, sin sufrir. El dolor lo penetraba todo y tuve la experiencia de la compasión. En vez de separarme del que sufría, me uní al que sufría, sin juzgarlo. Y ahí me pasó algo importante. Pude ver que había mucho dolor en el mundo y yo no hacía absolutamente nada, que lo único que me interesaba era lo mío, yo-mí-me. Entonces recordé lo que había leído una vez, cuando alguien le preguntó a Dios, ante el hecho de que hay gente que tiene mucho y gente que no tiene nada, por qué él, Dios, no hacía nada. Y Dios respondió: “¿Cómo que no hago nada. Te he hecho a ti.” Eso yo lo sentí muy profundamente. Y así empezó todo. Ahora asistimos en cuatro hospitales en Argentina, en el área de medicina biopsicosocial; tenemos un voluntariado de más de 200 personas que hacen de todo. Y abriremos un hospice, un centro para preparar a la gente para partir, que es algo que ahora hacemos en las casas y los hospitales.

–Cuénteme en qué consiste la labor de la Fundación…

–Tenemos la institución, donde ayudamos a la gente a desarrollar inteligencia emocional e inteligencia espiritual, que es en parte lo yo vengo a hacer en España. Aquí, después de ocho años, ya hay un grupo preparado para dar continuidad a mi trabajo. Quiero iniciar pronto un nuevo PARA (Programa Avanzado de Recuperación y Apoyo). Me gustaría reunirme con no más de 20 personas que enfrentan una situación adversa y sus fa-miliares, encerrados cinco días, para que surja de ese encuentro un plan personalizado de salud, exactamente lo que tiene que hacer cada persona para generar los mecanismos bioquímicos específicos para aumentar su inmunidad. Te aseguro que es lo más bello que se puede hacer. Los milagros que se ven ahí son increíbles.

Entrevista por Eva Terol.

 

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